domingo, 24 de febrero de 2019

VENEZUELA. CERRAR O ABRIR LA MURALLA



Jorge Gómez Barata
En cierta ocasión Eusebio Leal, el intelectual cubano vivo más apegado a las tradiciones patrióticas, recordó: “Siempre que nuestras repúblicas, han sido violadas, desde dentro alguien abrió las murallas…” Es lo que ocurrió muchas veces, y es lo que ahora intenta hacer Juan Guaidó, que pudo ser un opositor respetable, pero negoció la primogenitura.
El extravagante espectáculo que ofrece ese diputado a la Asamblea Nacional que, sostenido por el mandatario de los Estados Unidos, se proclamó presidente “encargado” de Venezuela, acción que al no ser neutralizada, ha servido de eje para un enorme movimiento político, mediático, diplomático, e incluso militar, que ha creado una peligrosa situación nacional y regional que puede tener implicaciones globales.
En realidad, la dualidad de poderes no es una novedad, porque como parte de las luchas por el poder, contra la ocupación extranjera, las dictaduras, y por la liberación nacional, suelen constituirse administraciones, autoridades, incluso gobiernos paralelos, que generalmente se instalan en el extranjero o en territorios liberados. Así surgieron las “republicas en armas” y los “gobiernos en el exilio”, algunos de ellos legítimos y populares, como el de república española establecido en México en 1939.
Particular notoriedad alcanzaron los gobiernos y coronas europeas, que durante la Segunda Guerra Mundial operaron desde el exilio, apoyando las luchas de sus pueblos contra la ocupación nazi en Francia, Polonia, Noruega, Bélgica, Checoslovaquia, Grecia, Yugoslavia, Filipinas y otros países. Casi todas aquellas estructuras se establecieron en Londres, prácticamente el único país de Europa occidental que no fue ocupado por el Hitler.
La coyuntura me ha recordado dos anécdotas asociadas con Cuba, donde debido a la vocación democrática de los patriotas que en 1868 iniciaron las guerras por la independencia, constituyeron lo que llamaron la Republica en Armas, una especie de estado itinerante, que no obstante no ejercer dominio sobre ningún territorio, constituyó una Cámara de Representantes, designó al presidente, nombró diplomáticos, y otorgó grados y jefaturas militares. Aquellas estructuras estuvieron vigentes hasta que la intervención militar norteamericana en 1898 puso fin a las luchas por la independencia.
Uno de los presidentes de la República en Armas fue Tomas Estrada Palma, quien en 1901, bajo una constitución inspirada en la de Estados Unidos, y con un apéndice llamado Enmienda Platt, que facultaba a aquel país a intervenir en Cuba cuando le viniera en gana, fue el primer presidente de la República de Cuba.
Estrada Palma, un prominente general del Ejercito Libertador Cubano, estrecho colaborador y hombre de confianza de José Martí, trató de mantenerse en la presidencia después de concluir el mandato para el que había sido electo, lo cual fue rechazado por la oposición. Ante las turbulencias políticas creadas, el antiguo patriota, cometió el pecado mayor en que puede incurrir un político latinoamericano, al invocar la Enmienda Platt que provocó la segunda intervención en la Isla. El presidente Theodore Roosevelt nombró a Charles Magoon como gobernador de Cuba.
Con su actuación Estrada Palma, cuyos méritos patrióticos y decencia en el ejercicio de la función pública nunca han sido desconocidos, cometió el pecado irredimible de entregar su país a un imperio extranjero, y echó sobre su nombre un baldón del cual jamás podrá librarse.
La falta de Juan Guaidó no es oponerse al proceso bolivariano ni confrontar al presidente Nicolás Maduro, tampoco autoproclamarse presidente de la república, sino convertirse en un amanuense del imperio americano, abrirle desde dentro las murallas de su país, y auspiciar la intervención extranjera. Tiempo tendrá de aprender que ninguna causa fundada en la traición al ideal nacional hace méritos ni trasciende. Ningún venezolano lo recordará como redentor, sino todo lo contrario. Allá nos vemos.
La Habana, 23 de febrero de 2019

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