Aseveran los más longevos y también los especialistas, que no existe nada más rico y saludable que un buen café en las mañanas, Pero, ¿conoces la historia detrás del grano que tomas, detrás del tabaco que una vez fumaste o detrás de la fruta que hace algún tiempo ingeriste?
Tal vez fueron las manos de tus hijos o nietos quienes cosecharon ese café, o realizaron maniobras de cultivo en el tabaco y los frutales.
¿Dónde? Pues en la escuela al campo, una etapa de la adolescencia para la que no se está preparado, pero siempre es bien recibida.Cuando somos jóvenes, todo viaje a lo desconocido tiene cierto aliento a aventura. Por eso, la vinculación del estudio con el trabajo, ofrece la oportunidad para aumentar la adrenalina del cuerpo y a la vez, darse cuenta, que no todo es lo que parece.
Las historias de los estudiantes en el campo varían. Hay quienes la recuerdan como el mejor momento de sus vidas, pero hay otros que eligen borrar esa etapa.
Recuerdo y aun vivo las experiencias durante el mes de octubre del 2008 en Hoyo Corrales, tal vez uno de los sitios más intrincados del Escambray espirituano. Aunque siempre me gustó explorar no imaginaba las bellezas y secretos de mi propia localidad.
Una loma bien empinada, el agua más transparente que había visto, el canto de las aves y por supuesto, los cafetales, nos dieron la bienvenida.
Sin embargo, al anochecer, todo cambió. Los salones apenas iluminados con una pequeña planta y los típicos cuentos de horror en nuestros campos, ofrecían un halo tenebroso al ambiente.
Al otro día, no interesó recorrer kilómetros para recoger el café maduro y cumplir la norma, pendientes todos, de no tropezar con la protagonista del cuento de la noche anterior.
Las historias de nuestras escuelas al campo varían, también la añoranza por este período. Si bien es cierto que no siempre estamos preparados para ello, no lo es menos que además del trabajo fuerte, se presenta como la oportunidad perfecta para descubrir nuestra geografía, conocer lugares recónditos y maravillosos paisajes que alberga el lomerío fomentense.
Ojalá la remembranza no quede ahí y nuestros adolescentes puedan vivir los trabajos y alegrías de la escuela al campo. Al final es una etapa que no se olvida, y tal vez sea el grano de café recolectado por su hijo o nieto el que usted bebe esta mañana
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