tomado del blog GabyCuba
Gabriel Torres Rodriguez
Los
ojos de Giustino Di Celmo encerraban un abismo triste, profundo, negro.
Quizás la tristeza los cegó para siempre, aunque nunca hubieran perdido
la capacidad de escudriñarlo todo. Conversar con él siempre resultó una
lección de humildad. Este redactor tuvo ese honor en varias ocasiones
de su etapa universitaria. El anciano italiano en muy pocas
oportunidades faltó a la cita futbolera que convoca desde hace más de
una década la Universidad de Matanzas en honor a su hijo.
La
Copa de Futbol Sala Fabio Di Celmo ya es, por tradición, un canto
atlético a la paz, la solidaridad y la amistad entre las naciones y tuvo
como su máximo patrocinador y más ferviente seguidor, desde su segunda
edición, al viejo Giustino. ¿Por qué?
Fabio
fue un amante empedernido del balompié. Comenzó las prácticas a la edad
de siete años y casi todos sus pasatiempos infantiles estuvieron
relacionados con ese deporte. Su pasión lo hizo debutar con el equipo
Asociación Calcio, de la ciudad de Génova, y pese a tener sobradas
condiciones, nunca quizo convertirse en profesional.
De
acuerdo con su padre, a él le gustaba el fútbol para disfrutarlo, para
divertirse y no para sentirse presionado por las exigencias que requiere
un equipo profesional.
Este
primero de septiembre, marcó dos años de la partida física de Giustino,
mientras que el lunes último se cumplieron 20 del asesinato de Fabio en
el hotel Copacabana, víctima del terrorismo contra Cuba.
El
único partido de fútbol que jugó el joven en nuestro suelo fue en el
municipio habanero del Cotorro, el 17 de diciembre de 1996. Su sueño de
traer a los integrantes del Sciarborasca, su equipo, a jugar a la mayor
de las Antillas quedaría trunco a causa de la campaña de terror
organizada y financiada por la CIA contra los hoteles de La Habana en
1997.
Los
esbirros contratados por Luis Posada Carriles troncharían los 32 años
del joven Fabio y le arrancarían de cuajo el hijo menor a Giustino,
quien por ese triste suceso decidió no irse nunca de Cuba y morir aquí.
Sobre
su muerte, Posada Carriles diría en 1998 al The New York Times que esta
había sido un caso imprevisto, de esos que se llaman “daños
colaterales”, “ese italiano estaba sentado en el lugar equivocado en el
momento equivocado”, mientras que para concluir espetaba que tenía la
conciencia tranquila, “duermo como un bebé”.
Luego
de dos décadas de esos viles sucesos, el más connotado terrorista del
hemisferio occidental, vive tranquilo e impune en la ciudad de Miami, al
cuidado de los monstruos que lo crearon.
Por
su parte, el afligido padre, quien fuera veterano de la Segunda Guerra
Mundial y luchador antifascista, desafiando a las amenazas que se
cernían contra Cuba, brindó ayuda en la obtención de mercancías
deficitarias para el pueblo cubano y dedicó los últimos años de su vida a
la denuncia de los actos terroristas contra nuestro país desde las más
diversas tribunas; no cesó de abogar por la solidaridad internacional
con la Isla y por el levantamiento del bloqueo genocida impuesto por el
gobierno de Estados Unidos.
En
una de esas pequeñas pláticas que entablamos en la Universidad, muy
cerca de la cancha y del bullicio juvenil, me comentó que “Fabio amaba
mucho este deporte. Esa siempre será mi motivación. La motivación de un
padre que perdió a su hijo joven y sólo quiere hacerlo feliz. Creo que
haciendo esto, lo estoy haciendo feliz. Sé, que entre estos muchachos y
muchachas que se preparan para jugar al fútbol, está Fabio”.
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