Las etiquetas de moda.
El término "etiqueta" tiene muchas acepciones, desde la más conocida porque la vemos en todos las mercancías de importación que compramos o que no podemos comprar y afortunadamente ahora en la mayoría de los productos cubanos incluyendo los de las mini industrias, hasta otras más complejas que se utilizan en la esfera informática incluyendo los blogs para identificar o clasificar determinado tipo de información. Pero de las 5 que encontré en el Larousse la que más se acerca al tema que pretendo abordar reza así; “calificación que se le da a una persona y que la identifica con una profesión, ideología, actitud, u otra cosa”.
En un enjundioso artículo, un economista analizaba el concepto de etiqueta desde las ciencias sociales y llamaba la atención sobre los riesgos de etiquetar procesos socioeconómicos aunque también ponderaba su utilidad. Pero sobresalía en su análisis la crítica al abuso o manipulación del concepto. En eso estoy de acuerdo con ese pródigo autor, abstrayéndome, por supuesto, de sus veleidades al abordar algunas de esas etiquetas en otros artículos.
Sucede que desde hace unos años algunos términos han alcanzado el rango de “etiquetas” viéndolos desde una óptica crítica. Entre ellos empresarios (asumiendo solo a los privados), empoderamiento(pero de una minoría del pueblo) y emprendedores (también con un sesgo eminentemente reduccionista), que es el que motiva estas consideraciones.
Del diccionario a la política.
El término “emprendedor” no es nuevo pero lo que resulta novedoso, lo que lo ha convertido en una etiqueta engañosa es la intención que se le da al mismo. No se trata de cualquier persona o entidad que emprenda un negocio o una empresa dada, en el sentido más amplio de este término, sino de aquel propietario privado sin distinguir si se trata de un vendedor de maní o del dueño de un restaurant con 40, 50 o más trabajadores con ingresos diarios de cifras de 4 o más dígitos en CUC. Lo que, según cierta corriente de pensamiento, convierte en “emprendedor” a una persona o entidad no es el oficio, el capital, el número de trabajadores, los ingresos y lo que se propone, sino solo un requisito: que no sea un trabajador o un colectivo de trabajadores estatales. Tiene que ser, por fuerza, una persona natural o jurídica privada. Es aquí donde la etimología se convierte en intencionalidad política. Así que, parafraseando el viejo refrán de que “no hay palabra mal dicha sino mal entendida” podemos decir que no hay palabra en general sino palabra con una intención determinada.
Obama, el maestro, Trump el repasador incapaz y otros.
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