MANUEL TRENZADO ROMERO*
Tomado del blog El Ciervo HeridoEL DESINTERÉS DE LA CIENCIA POLÍTICA POR EL CINE
La premisa necesaria para poder comenzar a
hablar del cine desde una perspectiva politológica es convenir que
existe una relación entre cine y política. Esto, que en principio no
parece ofrecer muchas dificultades (todos podemos recordar alguna
película de tema político o algún ejemplo de censura), se convierte en
un resbaladizo terreno para la reflexión teórica. Es más, como ha puesto
de manifiesto Zimmer, durante mucho tiempo la vinculación de los
términos «cine» y «política» constituyó un escándalo: «[Esta
vinculación] estaba prohibida por un tabú, compartido por quienes hacían
las películas, quienes las consumían y quienes hablaban de ellas. ¿De
dónde procedía este tabú? Como ocurre siempre, de una religión, la
religión del espectáculo»(1).
Sólo muy poco a poco, las ciencias
sociales —en especial la Antropología, la Psicología y la Sociología—
tomaron como objeto de estudio a un fenómeno que desbordaba la vida
cotidiana y que era uno de los más claros indicios de los profundos
cambios del siglo XX (otro índice de modernidad minusvalorado por las
ciencias sociales, coetáneo al cine, y que no podemos abordar aquí es el
fútbol). En este mismo sentido, la Ciencia Política se ha interesado
por el cine sólo de forma excepcional y extremadamente marginal, con
mucha menos frecuencia e intensidad que otras ciencias sociales. Podemos
señalar, al menos, tres causas que pueden explicar este desinterés:
- El tradicional peso del institucionalismo en Ciencia Política. A la hora de trazar los límites académicos de la disciplina, la politología ha defendido un núcleo duro de objetos y métodos de conocimiento que definen lo qué es y de qué debe ocuparse la Ciencia Política (partidos, elecciones, comportamiento político, sistemas políticos, etc.). Esta concepción institucionalista de lo público provoca que las experiencias de los individuos no definidas por su relación específica con las instituciones políticas que son el objeto de estudio tiendan a ser ignoradas. Este es el caso del pequeño subgénero de investigación en comunicación política llamado «política y cine»(2).
- Consideración de la ficción como algo ajeno a la realidad política. Según el enfoque behavioralista tradicionalmente dominante en la Ciencia Política, la política en cuanto práctica social tiene como último fundamento el poder y las relaciones en torno a él. Por ello, el cine como práctica discursiva y significante formaría parte, en todo caso, del ámbito cultural e imaginario. Más aún, dado su carácter eminentemente espectacular, de ficción y entretenimiento, su incidencia política e ideológica en la conducta —se presupone— es muy reducida. A mayor abundamiento, los estudios científicos tradicionales sobre los efectos de la ficción en la socialización política o en la cultura política de los individuos han puesto de relieve la casi insuperable carencia de una metodología eficaz y rigurosa para poder abordar estos temas. Por este motivo, una vez admitida la importancia de la comunicación pública para entender la política actual, rara vez se da el paso más allá del género informativo (noticias, debates, opinión pública).
- Una última causa que puede explicar el desdén de la Ciencia Política por el cine es la apropiación del tópico «cine y política» por parte de teóricos a menudo ajenos a la disciplina (vgr. crítica cinematográfica estructuralista, análisis semióticos, cineastas militantes, etc.). Por este motivo, la Ciencia Política más tradicional ha observado estos problemas como algo interesante pero ajeno, perteneciente a otros paradigmas científicos y a la crítica cultural radical.
A pesar de todos estos obstáculos
citados, en los últimos años se está produciendo una incorporación de la
investigación fílmica en ámbitos politológicos, localizada
fundamentalmente en Estados Unidos. La vía seguida para ello ha sido la
ampliación del objeto de estudio de la Comunicación Política hacia
campos tradicionalmente periféricos a ella, como podrían ser la cultura
de masas y el entretenimiento. Nicholas Garnham —siempre polémico desde
su postura crítica— atribuye esta reciente absorción y legitimación
académica del cine a la pérdida de su lugar central como medio de
comunicación y a su correlativa inocuidad política. Para el autor
británico el cine se ha convertido en un objeto disponible para su
estudio precisamente cuando por su extensión ha dejado de ser un medio
centralmente importante en la producción y distribución de la cultura de
masas. En contraste la televisión, la radio o la prensa son lugares
para la confrontación política e ideológica y, por tanto, no pueden ser
tratados como objetos de estudio de la misma manera(3).
Desde nuestra perspectiva no podemos
estar de acuerdo con Garnham; y ello por varios motivos. En primer
lugar, en un nivel teórico porque consideramos que las películas, en
cuanto discursos públicos de la comunicación de masas insertos en el
nuevo espacio público, constituyen un lugar de propuesta de
representaciones culturales e imaginarios sociales, que conforman en
última instancia la realidad cotidiana y la memoria colectiva. Como
indican Ryan y
Kellner, refiriéndose al cine en cuanto
espacio discursivo de lucha simbólica, el tipo de representaciones que
prevalecen en una cultura es un asunto político crucial: «las
representaciones culturales no sólo dan forma a las disposiciones
psicológicas sino que también juegan un importante papel a la hora de
determinar qué realidad social se construirá; esto es, qué figuras y
contornos prevalecerán en el proceso de modelación de la vida e
instituciones sociales(4)».
Desde esta perspectiva, el cine no sería
—como afirma Garnham— diferente como lugar de conflicto político e
ideológico a la televisión y a los otros medios. Si bien es cierto que
el cine ha perdido su papel hegemónico en la producción de cultura de
masas (al menos en los países desarrollados), no es menos cierto que
puede hablarse de la existencia de una cultura mass-mediada en
la que el cine está muy presente. En ésta, los tradicionales medios de
comunicación no compiten entre sí sino que forman parte del mismo
entramado financiero, comercial, ideológico, etc.
El segundo motivo por el que discrepamos con la idea de Garnham de que el cine ha adquirido su status científico
paralelamente a la pérdida de su virtualidad política, es de orden
académico. Como veremos a continuación, la expansión del campo de los
estudios en Comunicación Política afecta no sólo al cine sino también a
los demás medios (incluyendo a la novela y a la pintura) en cuanto
generadores/exponentes de la cultura de masas. Es la incorporación del
estudio político de lo imaginario lo que ha hecho recipiendarios en la
academia a estos media, y no precisamente su inocuidad política.
*Manuel Trenzado Romero, catedrático de la Universidad de Granada.
NOTAS:
(1) Christian ZIMMER, Cine y política, Salamanca, Sígueme, 1975, p. 14. Algunas de las ideas de Zimmer son deudoras de Guy Debord y su famosa crítica situacionista La sociedad del espectáculo.
(2) Vid. Robert L. SAVAGE, «The
Stuff of Politics through Cinematic Imagery: An Eiconic Perspective», en
R. L. SAVAGE y Dan NIMMO (eds.): Politics in Familiar Contexts, Norwood, Ablex, 1990, pp. 120-121.
(3) Nicholas GARNHAM, «Film and Media Studies: Reconstructing the Subjet», en Philip Schlesinger y Colin Sparks (eds.): Culture and Power, Londres, Sage, 1992, p. 57.
(4) Michael RYAN y Douglas KELLNER, Camera Politica. The Politics and Ideology of Contemporary Hollywood Film, Bloomington, Indiana University Press, 1988, p. 13.
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