ENTREVISTA AL DOCTOR EUSEBIO LEAL SPENGLER SOBRE EL SER HUMANO QUE FUE JOSÉ MARTÍ
Tomado del blog El Ciervo Herido
WILMER RODRÍGUEZ: Nos encontramos en
los estudios de Habana Radio, para conversar con un hombre que toda Cuba
lo quiere y lo venera. Un martiano convencido, un fidelista profundo.
Por eso le estamos dando la bienvenida al Doctor Eusebio Leal Spengler.
Buenas noches doctor.
EUSEBIO LEAL: Buenas noches, muchas gracias.
WILMER RODRÍGUEZ: Doctor, el
aniversario 167 del natalicio de José Martí, el más universal de los
cubanos, un hombre que ha marcado la ruta con su herencia de la
nacionalidad cubana. Un Martí que nació en La Habana, un niño que nació
en esta ciudad. ¿Cómo pudiera usted imaginar aquel Martí de niño, por
estas calles de La Habana Vieja?
EUSEBIO LEAL: Imaginarse un poco ese
tiempo. Fue un tiempo muy violento. Los años 49, 50, 51 fueron los años
de las conspiraciones anexionistas, fueron los años en que debutan en La
Habana los cuerpos de voluntarios para enfrentar el movimiento de
Narciso López, es la ejecución de Ramón Pintó. Son años muy complicados.
Es al mismo tiempo los años donde llega a la crisis el sistema
esclavista, está al borde del colapso, y al mismo tiempo a él le
corresponde nacer en un hogar de inmigrantes pobres, que tiene la
connotación, para mí que conozco los lugares, he estado allí, de que
tanto en Canarias, en Tenerife, donde nació su madre, como en Valencia,
en la calle de Cordelet, donde nació el padre, la naturaleza de la gente
es muy parecida, es muy entrañable, es muy amable; y me imagino que
ellos aquí trataron de adaptarse, en medio de condiciones económicas muy
difíciles. Independientemente de esos retratos bonitos que aparecen del
padre y de la madre, y que generalmente eran retratos cuyos ropajes
eran suministrados en el estudio fotográfico, quiere decir, que ellos
debieron ser personas de muy modesta condición.
Segundo, un hogar de niñas, donde el
único varón es Pepe, el único varón es él. Eso tiene una connotación en
esa época, una connotación económica futura para la familia; una
expectativa del padre con relación a su destino, para ayudarle; un padre
que era hombre de pocas luces pero de sentimientos inmensos; una madre
buena y generosa, que como toda madre es absolutamente amor; pero una
madre que tiene que lavar para ocho, que tiene que lavar para la calle,
que tiene que cocinar, que tiene que hacer mil acciones para vivir.
Eusebio Leal en la casa natal de José Martí
Hoy, la casa natal nos parece una cosa
preciosa, pitada, arreglada, cuidada, pero es una casa de los arrabales,
a 50 metros de la muralla, una casa de periferia, una casa en la cual
ellos ocupaban en la planta alta un pequeño espacio.
Si hay algo que me llama la atención de
la casa de Martí es la cocina, apenas cabe una persona para poder
trabajar en la pequeña cocinita de la casa. Quiere decir que esa
humildad y esa modestia, y esa pobreza, y la fragilidad de la salud del
padre y de algunas de las niñas, marcaron un poco el destino de su
niñez.
WILMER RODRÍGUEZ: Y ese destino de su niñez, de su vida, ¿iba a ser Cuba, Doctor?
EUSEBIO LEAL: Sí, sobre todo porque el
papel del maestro es muy importante. Tanto José Sixto Casado, por
ejemplo, que se menciona poco, como el gran maestro Rafael María de
Mendive, o el contacto posible allí en el colegio de Prado, con Anselmo
Suárez y Romero, y otros profesores de categoría que le dieron un
sentido profundamente cubano a su naturaleza. Yo no sé por qué, me lo he
preguntado muchas veces, los hijos de españoles aquí nacían ya con una
forma de expresión y una forma de vida diferente, era una cosa
asombrosa. Yo conozco ancianos ahora, aquí, en la Habana Vieja, que
llevan 80 años en Cuba y conservan todavía el acento español, como
virtud, y sin embargo los que ya nacían en Cuba nacían con el hablar
cubano, y particularmente con el hablar habanero, que fue el hablar de
Martí.
WILMER RODRÍGUEZ: A Martí a veces los
cubanos lo vemos como hijo de toda Cuba, pero Martí es un hijo de La
Habana, es herencia de aquella Habana del siglo XIX y que se va formando
en aquel contexto. Ya usted decía, el colegio de San Pablo, con la
formación de Rafael María de Mendive, y aquel adolescente se va
convirtiendo en un joven de ideas.
EUSEBIO LEAL: Date cuenta que Mendive,
como casi toda su generación de intelectuales, habían sido discípulos de
Félix Varela, habían formado parte de aquella juventud que se había
formado bajo la sombra de los grandes maestros del Colegio Seminario San
Carlos y San Ambrosio, del propio padre Varela, de Saco, del Monte, que
habían tenido la posibilidad de oír hablar de los tiempos gloriosos del
Obispo de Espada, que tenían una visión de Cuba ya mucho más ilustrada,
que se apartaba de los libros de texto y buscaba ansiosamente en la
palabra viva de los viejos maestros la esencia de la cuestión.
Vivió poco tiempo en La Habana, apenas 16
años, interrumpidos brutalmente por el presidio, que fue no solamente
dolor, sino lección y motivo de acercamiento profundo con aquel que fue
el que más influyó en él; porque hay que darle su lugar al padre de
Martí. El padre de Martí tiene un papel esencial, porque el padre de
Martí lo entendió con trabajo, con dolor. Supo pensar en su destino, eso
está claro. “Mi padre ha muerto, y con él parte de mi vida”, estas
palabras de Martí años después lo resumen todo. Con mucho esfuerzo lo
lleva a los Estados Unidos durante su exilio. Mantiene con el padre una
relación intensa.
El padre, fíjate, que era un soldado de
profesión, y sin embargo no fue voluntario. Estando ya retirado habría
sido un sargento de voluntarios, un subteniente de voluntarios. Tenía
relaciones, todos esos españoles emigrados eran sus amigos, y sin
embargo no. Fue el celador del barrio del Templete, le pudo mostrar a
Martí, de la mano, la ceiba bajo cuya sombra nació La Habana; jugó Martí
seguramente en la Plaza de Armas, caminó por la calle de los Oficios,
se detuvo ante la misteriosa iglesia de San Francisco, en aquella época
un lugar oscuro y desacralizado.
Quiere decir ese concepto de habaneridad
vivido en el andar en los barrios de La Habana, el carácter del padre,
el carácter de la madre, tan austero. Todo el mundo ahí se trata de
usted. Usted es el trato de la madre. Usted, es el trato de él para el
padre, un trato muy reverente, no distante, y que en Cuba se suele
otorgar, cuando en cierta madurez de la vida los adolescentes reconocen
en los ancianos personas que deben venerar.
Por ejemplo, mis hijos le llamaron
siempre a mi mamá usted; y nosotros, cuando queremos exaltar a una gran
mujer cubana, le damos el muy español título de Doña, así es Doña
Mariana, por ejemplo, así es la madre de nuestro querido y amado héroe
Abel Santamaría, doña, y es el signo de una devoción, de un respeto, de
una cultura.
WILMER RODRÍGUEZ: Una cultura que
tenía José Martí, por supuesto, en aquellos primeros años en La Habana.
Ya decía usted que solo vivió 16, después fue a Isla de Pinos, después
fue a España, un hombre que vivió mucho tiempo fuera de Cuba y que nunca
perdió la cubanidad.
EUSEBIO LEAL: Lo que asombra a los
maestros en el primer tiempo de su vida es esa letra perfecta, es esa
aplicación a todas las asignaturas. Ahí están los resultados, en el
expediente, están los resultados de su escolaridad.
Cuando llega a España, doloroso, descubre
dos cosas que para él son fascinantes, la gran ciudad de Santander, por
ejemplo, en la cual tuvo amigos y benefactores, y después Madrid, donde
sufre las consecuencias de la enfermedad adquirida en el Presidio,
quiere decir, los roces de la cadena con el testículo, con la pierna,
con la cadera, era un niño muy delgado.
Tan es así que cuando el doctor Valencia
reconoce su cadáver, en Oriente, después de la muerte, dice que se
notaba en el pie una huella como el que ha llevado grillo mucho tiempo,
quiere decir que él fue lacerado en el cuerpo y en el alma.
Sin embargo Martí es un hombre sin odios,
siendo un hombre de pasión, y de pasiones, un hombre con el que era
difícil discutir, porque era un hombre de ganar, de convencer, de
persuadir. Era un hombre que poseía eso que los griegos llaman el
carisma, quiere decir, una luz capaz de deslumbrar a los demás y que
tiene una virtud en él y es que no habla solo… Yo, por ejemplo, que he
tenido el privilegio de conocer grandes intelectuales, conversar, por
ejemplo, con José Lezama Lima, tú hablabas con Lezama Lima y necesitabas
un bagaje de conocimiento para poder acceder a las metáforas de Lezama;
sin embargo, Martí es capaz de ser entendido, y fue mayoritariamente
entendido por una multitud iletrada, de trabajadores. Y era también
entendido por los intelectuales, y por los españoles que lo escuchaban,
era un hombre de corazón, del convencimiento, de la persuasión.
Martí fue algo extraño, de ahí que dijera
el propio Lezama, ya mencionado, que era un misterio que nos acompaña, y
es verdad, es un misterio que nos acompaña.
WILMER RODRÍGUEZ: Ya usted hablaba
ahorita de la marca del grillete cuando murió, pero también hubo marcas
espirituales en la vida de Martí, un hombre que sufrió en la lucha por
la independencia de Cuba, por la libertad.
ESUSEBIO LEAL: En su escrito redactado en España, El Presidio Político en Cuba,
está volcado todo su dolor, todo su sufrimiento. Sin embargo, recuerda
con cariño a la familia del señor Gironella, el catalán que lo recibe en
El Abra, por las gestiones del padre. Reconoce y estima, por ejemplo, a
bordo de su largo viaje, al general español Pierrá, al cual
probablemente se debe su ingreso temprano en la masonería.
Es un hombre capaz de perdonar, sin
olvidar, que es lo más importante. Él no olvida y, por tanto, en qué
radica el perdón. El perdón radica en que no se podrá decir como Kaifaz:
“Que su sangre caiga sobre nuestras cabezas y sobre la de nuestros
hijos”. Él no fue un predicador del odio, él fue un predicador de la
construcción de una nación nueva basada en principios de justicia, de
toda la justicia posible, pensando siempre, quizá alucinado por el
recuerdo de sus padres, en que era también una patria para los españoles
que entendieran el destino de Cuba y que tantos lucharon por la
independencia de Cuba. Es más, te puedo decir que después del
contingente cubano que lucha por la independencia, de los que podemos
llamar hoy internacionalistas, los que más luchan son españoles, porque
son trabajadores, porque son mineros arrebatados a la mina, porque son
campesinos, como sus padres, que cuando vieron a Cuba confraternizaron
con el dolor del pueblo cubano y cuando llegó el momento de la
independencia, lucharon con ellos.
WILMER RODRÍGUEZ: Doctor, la vida de
Martí también está marcada, ya hablábamos de los sufrimientos, pero
también por la incomprensión. ¿Fue incomprendido en su época?
EUSEBIO LEAL: Claro, en primer lugar en
la familia. Cuando tú lees las cartas de la madre, la madre para uno es
sagrada, como sea. Cuando en Cuba decimos una grosería de las peores es
para uno que no tiene madre, porque la madre es todo. Yo siempre he
dicho que el hombre envejece, aunque tenga 80 años, el día en que muere
su madre, deja de ser un niño para ser un hombre.
La madre no entiende nada, en las cartas
le escribe: “Pepe, hasta que usted no deje tanto periodismo, tanta
política, usted no tendrá donde reclinar su cabeza”.
Hay un momento en que Martí piensa, y lo
dice así y lo escribe. Joven, adolescente, que ha llegado a pensar en el
suicidio si no lo dejan estudiar, por ejemplo, que era lo que él debía
hacer, y que era su destino. Sin embargo, al final de la historia vamos a
ver la imagen dolorosa de Leonor Pérez Cabrera cubierta con hábito
negro, como una viuda luctuosa, han muerto casi todos sus hijos, pero
sobre todo, murió Pepe, a los 42 años, que era su esperanza, el padre de
su nieto, José Francisco.
WILMER RODRÍGUEZ: Y no solo incomprendido no solo por su familia, sino también por los que luchaban con él.
EUSEBIO LEAL: Incomprendido por su
esposa, por ejemplo. Yo no la culpo, porque sería injusto. Cuando uno
lee el libro de amor de ambos, es imposible pensar… Primero, fue la
mujer de la cual él se enamoró. “El infeliz que la manera ignore de
alzarse bien y caminar con brío, que de una virgen celeste se enamore”.
Está dicho, está enamorado profundamente, pero como muchos matrimonios,
no coinciden en ciertas cuestiones; ella había sido criada de una
familia diferente, su padre le había dado otra educación. Ella soñaba
con el hogar tranquilo, él no tuvo tranquilidad nunca. Ella soñaba con
estar en Cuba en Camagüey, en Nueva York, y él soñaba con estar en San
José de Costa Rica, en Jamaica, en Tampa donde estuvo probadamente más
de 17 veces. Entonces no hubo posibilidad, no la hubo.
Y políticamente, entre los propios
compañeros de armas, que pensaron que los sacrificios del presidio y los
dolores del exilio no eran suficiente justificación para que adquiriese
Martí lo que lentamente va adquiriendo. Tú vas viendo, por ejemplo, en
las tarjetas de invitación a Nueva York, de las oratorias, del 10 de
octubre, del 27 de noviembre, cómo va pasando Martí de ser un orador al
principal orador. Y como algunos de sus discursos, son sobrecogedores:
“Los Pinos Nuevos”, “Con Todos y para el bien de todos”. Cuando tú lees
eso tú sientes que hay como un volcán encendido en todo eso.
Y algunos no entendieron, costó trabajo,
hubo discrepancias profundas, aún entre Martí y los dos grandes líderes
de la Revolución, Antonio Maceo y Máximo Gómez.
WILMER RODRÍGUEZ: El primer encuentro entre Gómez y Martí no fue nada positivo.
EUSEBIO LEAL: El encuentro de Nueva York, figúrate tú.
WILMER RODRÍGUEZ: Está el diario de Gómez, con lo que escribe Gómez en su diario.
Eusebio Leal en el estreno del cortometraje “Nuestro Martí”, una experiencia en realidad virtual usando Cardoboard
EUSEBIO LEAL: Bueno, pero es lógico, eran
seres humanos. Por favor, hemos convertido en divinidades a los
patriotas y les pedimos que no pueden cometer errores, les pedimos que
tienen que ser perfectos. Decimos que no se pueden decir ciertas cosas
porque no estamos preparados para escucharlas, aquí lo que hay que
hablar de la historia, de la Patria, con la cabeza descubierta. Y yo te
digo a ti que cuando he leído cartas de Martí, o leo lo que está escrito
en su diario, o leo a Gómez, o leo a Maceo, en algunos momentos de
tensión moral para mí, preparándome para un trabajo, o una clase, leo
esas cosas y me saltan lágrimas del corazón. Y recuerdo a Fidel el 15 de
marzo del 78, recordando la Protesta de Baraguá, cuando dice que hay
que entrar a la historia con la cabeza descubierta.
No se puede entrar con la soberbia
señoril de los que no ha sido capaces de disparar un tiro, ni se han
visto nunca en los horrores de la guerra, en el hambre de la manigua,
ver muriendo a tus hijos, como vio morir Máximo Gómez a los suyos, Maceo
a los suyos, ver eso para lograr humanizar, vulgarizar. Adoro a los que
aman, y aborrezco a los que tratan de vulgarizar la historia para
hacerla comprensible. Todo cubano está preparado hoy para entenderlo
todo, sino mañana no entenderán nada del hoy, que es el más grande
peligro, y del ayer. Porque tú eres demasiado joven, ¿qué edad tienes?
WILMER RODRÍGUEZ: 35 años doctor.
EUSEBIO LEAL: Te podrás imaginar.
Entonces yo, que tengo mucho más que tú, y que tú naciste en medio del
apogeo de la Revolución. Yo solamente no conocí a Camilo y al Che
personalmente, la mano de todos los demás dirigentes de la Revolución me
arden todavía en la mano. Todavía me arden en la mano la mano de
Montané, de René Rodríguez, de Manuel Piñeiro, de Celia, de Calixto
García, de Juan Almeida, tú te podrás imaginar. Todavía me arde en la
mano, la mano de Fidel. Cómo entonces explicaremos mañana la historia.
Yo, que los he visto también de cerca, como hombres, nunca como dioses.
WILMER RODRÍGUEZ: Como seres humanos, doctor.
EUSEBIO LEAL: Como seres humanos capaces de errar y de acertar.
WILMER RODRÍGUEZ: Y Martí era un ser humano
EUSEBIO LEAL: Martí era un ser humano
superior, como Fidel. Era un ser humano superior, con una capacidad
enorme de síntesis, con una capacidad de elaboración de ideas, con una
capacidad de ir a un objetivo. Tú tomas el discurso de Martí y es una
elipsis, él viene buscando el resultado, viene buscando, y de pronto
parece que hay una digresión larga, que de pronto encuentra nuevamente
su lectura y concluye dejándote exhausto.
WILMER RODRÍGUEZ: Doctor, el 24 de
febrero de 1895 inicia la guerra organizada por Martí. Era Martí un
hombre bueno, pacífico, esto se lo he escuchado en varias ocasiones,
entonces ¿por qué se lanza a la guerra?
EUSEBIO LEAL: Consideró a la guerra
inevitable. Antes de considerarla necesaria y redentora, la considera
inevitable. Con lágrimas del corazón él se ve obligado, ante el fracaso
absoluto, ante la incomprensión total, ante los caminos equivocados de
los reformistas y de los que buscaban soluciones a medias. Para él no
hay más camino, después de conocer la historia del mundo, América, de
Bolívar, de San Martín, que no hay más remedio que luchar, y que el
pasaporte de identidad del pueblo cubano será firmado por España con
letras de sangre. Reconocerá España a Cuba como independiente con el
dolor de su propia sangre. Piensa tú que en la primera guerra, en la de
los 10 años, cuando el capitán general Joaquín de Jovellar se dirige al
pueblo de Cuba, dice que 90 000 madres españolas lloran la pérdida de
sus hijos. En la segunda guerra vinieron más soldados a combatir contra
la independencia que en todas las guerras latinoamericanas juntas,
incluyendo el Ejército Británico en los Estados Unidos. Hay un momento
que hay en Cuba entre civiles armados, fuerzas paralelas como
voluntarios y ejército regular más de un cuarto de millón de soldados
contra un levantamiento de un pueblo que avanza armado del Oriente a
Occidente, y cuyo camino de allá para acá es un camino de fuego.
“¿Qué queremos?”, pregunta el general
Gómez en un momento. “¿Una Cuba libre, soberana de verdad? ¿O queremos
continuar en la servidumbre y la esclavitud?” Cuando llega al ingenio
aquel, listo para comenzar la zafra y parado en la escalerilla de la
casa ve a los guajiros que llegan sucios, con los niños cargados,
famélicos. Y pregunta: “¿Y la escuela dónde está?”. Le responden: “Nunca
la hubo”. No había nada limpio allí, no había justicia y ordena
inmediatamente que se destruya el ingenio. Fuego. Fuego. Y mañana todo
el que vaya a cortar caña que se le incite a luchar, y si no, que sea
pasado por las armas. ¿Y qué quiere decir eso? Que la guerra era
terrible, que era la última razón de ser. Y él no puede huir de lo que
él mismo ha convocado, y contra todo pronóstico y contra toda negativa,
que las hubo, se decide a venir.
Y esa noche, ese bote tirado a la bartola
a las diez de la noche, moviéndose el mar encrespado, separándose, como
dice Gómez, nunca vio separarse un barco grande de una barquichuela en
que venían cinco hombres. Se pierde el timón. Hay que improvisarlo. Y
finalmente, después de mucha lucha, llegar a ese lugar misterioso, bello
e impresionante de Cuba, en el que tuve el honor de estar con Fidel la
noche en que se cumplían 100 años de la llegada de Martí. Y Fidel entró a
las 10 de la noche en el agua, hasta la bota, con la bandera cubana y
la movió al norte, al sur, al este y al oeste, ante un grupo de pocos
testigos, no llegábamos a diez los que vimos aquella escena
sobrecogedora. Y te voy a decir, era oscura como la noche del 10 de
abril de 1895, pero de pronto apareció la luna y se iluminó el mar e
iluminó la estrella radiante de Cuba.
WILMER RODRÍGUEZ: Decía usted que hubo negativas para que Martí regresara a Cuba.
EUSEBIO LEAL: Claro que sí. Fueron
algunos falsos amigos o admiradores con rabia. Sabes que siempre hay
quien te admira, pero con rabia. Él también tenía detractores. Le decían
el capitán araña, todo lo imaginable se dijo de él, todo tipo de
calumnias. Y segundo, el momento crucial: Fernandina, todo se pierde.
Porque él confía en un hombre inconfiable, pero no lo sabe. Un error, un
error humano lo hace perder todo. Todo se pierde. Y después la carrera
por sacar de la cárcel a los marineros, al capitán, y allí están las
tres naves confiscadas, bajo cuyos aperos de labranzas venían los
fusiles comprados por los obreros y las armas, para tocar tres puntos de
Cuba, que era su objetivo. Quería una guerra pronta, justa, ejecutiva
que impida la movilización española y la intervención norteamericana.
Está claro que para él ya lo español está pasando a un segundo plano que
el gran peligro que aparece delante es la intervención militar de
Estados Unidos, que se ve clara cuando él se entrevista con el
periodista norteamericano Eugenio Brison y este le dice: “Vengo de La
Habana, y Martínez Campos me ha dicho que antes de ceder a los cubanos,
pactan con los yanquis”. Eso ya es terrible.
Y por último, las discrepancias ya en
tierra en cuanto a la dirección de la guerra. Vuelven a salir los
fantasmas del pasado. Porque algunos, aún los más lúcidos, valientes,
esforzados no se dan cuenta que la garantía de que no iba a suceder lo
del pasado era él, Martí, que era el equilibrio, el sentido justo, que
jamás veríamos a un Martí dirigiendo operaciones militares. Eso no era
lo suyo. No. Martí era el político, era como le empezó a llamar la
gente: Presidente. Y el temor de Gómez, expresado en sus palabras aquel
día en una discusión de campamento: “No me le digan presidente, que él
no lo es todavía. Díganle general”. Era el alejamiento de la realidad,
que ya eso se vio en el drama de Céspedes y la Cámara, que era el
pasado.
Y por último, lo inesperado, la muerte.
Era el destino. Hay quien cree, hay quien no. La divina providencia,
como dice Gómez. Su propio karma, su propia señal de vida está escrita
en cartas, en versos: “Mi verso crecerá bajo la tierra y yo también
creceré”, “siento dentro de mí un cántico que no puede ser otro que el
de la muerte”.
Y por último Cuba. Trescientos y tantos de kilómetros caminados desde Playitas por las montañas.
WILMER RODRÍGUEZ: Eso nadie lo imagina doctor. Martí con una mochila a cuesta por esas montañas.
EUSEBIO LEAL: Una mochila con 100 tiros,
medicamentos, libros, un Winchester 44, un revolver, zapatos desechos,
ropa de campaña a mal traer, su propia ropa llevada a cuesta,
trescientos y tantos de kilómetros. Por eso hay que leer bien delante de
su tumba los hitos que van marcando los campamentos hasta llegar a Dos
Ríos. Hace muy poco que fui a ese lugar. Desde que me fui acercando y vi
el río Contramaestre sentí una emoción indescriptible. Entonces llegué
al lugar, y veo el monumento y veo el triángulo de los ríos, y el
espacio.
Cuentan que al sentir el tiroteo de una
columna española Gómez ordena a salir inmediatamente y le dice a Martí
cuando lo ve tan dispuesto: “Apártese Martí, apártese”, como diciéndole,
ese no es su lugar, espere, quédese, nosotros volveremos. Y esa fue la
tapa del pomo. Porque también en la mesa de comida en La Mejorana le
habían dicho esto, y también fue muy probable que en la entrevista de La
Mejorana la decisión de los dos grandes generales fuera: “Más hace
usted allá que aquí, usted aquí no es tan necesario como allá. Nosotros
vamos a hacernos cargo de esto”. Pero que va, él quería pasar a
Camagüey, constituir el gobierno en Camagüey, donde tenía la certeza de
lograr un gobierno equilibrado, con patriotas probados, con soldados e
intelectuales de mérito, no un grupo decadente de letrados, ni de
locuaces políticos incapaces, como se vio antes y se viera luego, y
sería la causa de tanta desgracia para Cuba, entre ellos la muerte de
Antonio Maceo. Ahí uno comprende el porqué de La Mejorana, las razones
ocultas, íntimas de Antonio Maceo era el temor al pasado. Él había
perdido mucho: su padre, la madre en el exilio, un hermano en los
presidios de África y aun estando en Pinar del Río en campaña llega la
noticia con Rius Rivera del último: José. Entonces, estamos viendo tres
figuras colosales de la historia, con características distintas.
Cruzan por el peor lugar, entre el fango,
era el mes de mayo, había llovido, el río venía crecido y salen delante
y se encuentran las formaciones españolas, y Martí no obedece. Ese
carácter no era domesticable, y dice: “Vamos”. Y se encuentra a un niño
que era un maestro de Holguín, Ángel de la Guarda, y le dice: “Joven,
acompáñame”. Me recuerda la canción de Silvio, del ángel que no ve, que
mira hacia otro lugar. Un ángel de la guarda que debe cuidar de él, su
único compañero. Y el brioso caballo que le había regalado José Maceo
que tanto lo admiraba. Y de pronto delante de él, el destino. Descarga
cerrada. Caballo herido. Martí caído moribundo, el muchacho que lo ve
trata de acercarse. No puede. Huye. Lleva la noticia. Dicen que fue un
traidor cubano el que lo mató para mayor desgracia. Se acercó, estaba
agonizante y le dio el último disparo. Estaba herido de muerte, pero
había algo extraño ese día. No iba vestido con la ropa del soldado que
usó todo el tiempo. Iba con ropa de civil, con chaqueta oscura, con
camisa, con corbatín, con un pantalón blanco. Llevaba todo arriba. Las
cintas que le habían regalado Clemencia, la hija de Máximo Gómez, el
dinero para pagarlo todo, según la costumbre, el retrato de María
Mantilla, su hija amada, quemado por el disparo. “Y si muero, llevaré tu
retrato como un escudo en mi corazón”.
WILMER RODRÍGUEZ FERNÁNDEZ: Un ser humano, un ser humano en toda su dimensión, hasta en el momento mismo de la muerte.
Eusebio Leal al pie de la estatua ecuestre de José Martí en La Habana
EUSEBIO LEAL: No se le puede divinizar,
pero el pueblo cubano tiene en Martí la noción del bien. De ahí que todo
agravio, toda afrenta a Martí sea insufrible. Martí no es para estar en
lugares abandonados ni ya le corresponden rincones como en la
República. Martí está en el centro. El primer monumento levantado en
Cuba fue develado por Máximo Gómez y Salvador Cisneros en el Parque
Central, el segundo en Matanzas, en Caibarién hay uno maravilloso y en
todos los pueblos de Cuba está el sitio que le corresponde. Y en Santa
Ifigenia, en esa tumba linda de Mario Santi, en la cual aparecen
representados todos los valores de una nación: el rayo de sol que
penetra, el día y la hora, la bandera, la tumba. Martí es inmancillable.
Martí es el símbolo de la virtud. De ahí que no se pueda comprar la
clemencia, te diría algo más, el rigor de la justicia revolucionaria, en
todo su rigor, contra los que ultrajen de palabra o de obra a José
Martí con ningún otro acto ocurrido en la historia de Cuba, porque es
absolutamente incomparable, y representa a mi juicio, la decadencia de
un grupo de cubanos que han perdido la esencia del ser. Por eso nuestra
preocupación constante por aquellas palabras de Luz y Caballero con las
cuales quisiera terminar: “Hombres recogerá quien siembre escuelas”.
Quiere decir, en la familia y en la escuela está el destino.
WILMER RODRÍGUEZ: Muchas gracias doctor por esta entrevista. Ya Cuba se la está agradeciendo.